junio 30, 2009
junio 29, 2009
SOBRE LAS EXPLICACIONES
"En algún lugar debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones.
Una sola cosa inquieta en ése justo panorama: lo que pueda ocurrir el día en que alguien consiga explicar también el basural."
-Explicar, explicar -gruñía Etienne-. Ustedes si no nombran las cosas ni siquiera las ven. Y esto se llama perro y esto se llama casa, como decía el de Duino. Perico, hay que mostrar, no explicar. Pinto, ergo soy.
-¿Mostrar qué? -dijo Perico Romero.
-Las únicas justificaciones de que estemos vivos.
-Este animal cree que no hay más sentido que la vista y sus consecuencias -dijo Perico.
-La pintura es otra cosa que un producto visual -dijo Etienne-. Yo pinto con todo el cuerpo, en ese sentido no soy tan diferente de tu Cervantes o tu Tirso de no sé cuánto. Lo que me revienta es la manía de las explicaciones, el Logos entendido exclusivamente como verbo.
-Etcétera -dijo Oliveira, malhumorado-. Hablando de los sentidos, el de ustedes parece un diálogo de sordos. (...)
Julio Cortázar
Imagen: la explicación, blog.pucp.edu.pe
junio 28, 2009
Cartas a Nora
CHAGAS
Este vídeo, Cartas a Nora, es una pequeña muestra del corto que dirigió Isabel Coixet en el año 2006 sobre la enfermedad de Chagas. Os invito a que le veáis entero si tenéis oportunidad.
Este año se conmemora el centenario del descubrimiento, por parte del médico brasileño Carlos Chagas, de la enfermedad que lleva su nombre. En 1909 el Dr. Chagas descubrió durante una campaña antimalárica una extraña enfermedad que podía no presentar síntomas en años, pero que causaba la muerte de muchos de los afectados. Cien años después, todavía queda mucho trabajo por hacer.
La enfermedad de Chagas está provocada por un parásito llamado Tripanosoma cruzi que es transmitido a los humanos a través de la picadura de un insecto conocido como vinchuca, suele vivir en las grietas y recovecos de los techos y de las paredes de las casas de adobe.
La enfermedad tiene una fase aguda, asintomática, otras veces causa pequeños síntomas que suelen pasar desapercibidos. A pesar de que los actuales medicamentos son efectivos en esta fase, pocas personas los reciben, ya que ni siquiera son diagnosticadas. Las personas infectadas entran en una fase llamada indeterminada que dura años. Después de 15, 20 o más años, alrededor de un 40% de los infectados desarrolla alguna de las complicaciones típicas de la enfermedad: trastornos digestivos, cardiacos o neurológicos.
La principal vía de transmisión es la picadura de la vinchuca, pero también se transmite de madre a hijo en el periodo de gestación y a través de donaciones de sangre u órganos. También se han descrito casos de transmisión oral, al ingerir bebidas infectadas por las heces de las chinches. El Chagas no se transmite directamente de persona a persona por haber dado la mano o un beso a alguien con la enfermedad.
Se calcula que en España viven una 60.000 personas latinoamericanas infectadas por el T. cruzi. Evitar o controlar las posibles vías de transmisión es uno de los principales retos de nuestro sistema sanitario. Desde el año 2005, existe en España una normativa que obliga al cribado de todos los donantes de sangre con riesgo de infección o a excluirlos de la donación (también de órganos) si el cribado no es posible. Sin embargo, el cribado en las mujeres embarazadas no es obligatorio y en muchos centros no se efectúa, ya se han detectado recién nacidos infectados durante la gestación. Otro reto de nuestro sistema de salud: detectar precozmente a los recién nacidos infectados para poderlos tratar y evitar que sufran las consecuencias de la enfermedad en la edad adulta.
La enfermedad del Chagas ha sido durante años una enfermedad olvidada, de los pobres de América latina. Ahora que ha llegado a Estados Unidos y Europa, es una oportunidad para que –conscientes de lo que representa- se hagan esfuerzos para aumentar el conocimiento que tenemos de ella y mejorar la atención de los afectados. España es el país europeo con más inmigración latinoamericana, y desde aquí podemos y debemos contribuir a estos cometidos.
Resumen del artículo de Silvia Fernández y del Dr. Joaquin Gascón publicado en la revista MSF 79.
junio 27, 2009
NUNO JÚDICE
Un poema:
junio 26, 2009
MIGUEL ÁNGEL ZAPATA
Acaba de publicar su nuevo libro de microrrelatos Revelaciones y Magias (Ediciones Traspiés, 2009).
Un micro de Magias:
LI
No fue buena idea abrir la peluquería en el edificio del antiguo hospital psiquiátrico.
A veces, un simple corte de pelo se nos complica al confundir, en la conversación con la clientela, un bisturí y un peine, y no tener más remedio entonces que dejarnos arrastrar por el irremediable deseo de una lobotomía por tan sólo 6.55, oferta especial de primavera.
Una Revelación:
REVELACIÓN TRIGÉSIMA
(Una reminiscencia)
Cuando volvía sola a casa (y no en cualquier otra ocasión), llevaba Ella bragas con ilustraciones profusas de onanismos, sodomías, felaciones y aberrantes prácticas de bestialismo. Resultaba así mucho más fácil disuadir a los violadores.
Miguel Ángel Zapata
De su libro Revelaciones y Magias (Ediciones Traspiés, 2009).
Foto: wordpress.com
junio 25, 2009
SENSACIONES
junio 24, 2009
LIBROS INTERESANTES
Némer-Ibn el Barud es autor de numerosos libros de gran éxito en Hispanoamérica,entre los que se cuentan Por amor al amor, El vuelo de la mariposa, Las estaciones del alma, De reyes y vasallos.
La Sabiduría Esencial (Ediciones Obelisco) es el primer libro de este autor que se publica en España.
Un poema:
Creo
No creo
Creo
Es así como
junio 23, 2009
LUIS ROSALES
junio 22, 2009
JULIO LLAMAZARES
11. SI TE PUSIERA COPOS DE TIERRA SOBRE LA BOCA...
Si te pusiera copos de tierra sobre la boca, sabrías la acidez que me posee.
Si apoyase mis preguntas en tus hombros, te desmoronarías como una
estatua de sal.
(¿O acaso puede alguien soportar el equilibrio de los árboles más altos?)
Pero no quiero condenarte a ser cuenco de nieve o roca muda.
Advierto en tus andenes una espera infinita y tus silencios me son agrios
como bruma.
Los mercaderes montan sus puestos de mentiras y perfumes a tu paso.
Tus recuerdos esperan, apostados como perros, el momento
en que se incendie la nostalgia.
Reconozco que mis preguntas aumentarían tu indefensión.
Julio Llamazares
De su libro "La lentitud de los bueyes" (1979); (Editorial Hiperión)
Foto: blogsome.com
junio 21, 2009
Báilame el agua. Algo contigo - Andrés Calamaro
Película basada en la novela homónima de Daniel Valdés (Editorial Calambur). El director, Josetxo San Mateo, dirigió el film en el año 2002. El propio Daniel Valdés adaptó el guión.
Narra el descenso a los infiernos por calles de Madrid como Gran Vía y Montera. Dosis de drogas, amor, prostitución, dinero y muerte; con camellos, putas, punkis, poetas, maricas. Tristeza y decisiones erróneas. Personajes que se mueven al borde de la locura en el argot de la calle y la poesía nihilista. Una crítica a una sociedad que todos sabemos que existe y muy pocos ven.
La película comienza con el fondo musical "Pero a tu lado", de Los Secretos. La banda sonora incluye temas como "El sitio de mi recreo", de Antonio Vega; “Algo contigo”, de Andrés Calamaro, o "Que te follen", de La Cabra Mecánica.
El autor de la novela define así la película:
"Báilame el agua, pensiones oscuras, parques con bellos durmientes, una ciudad hecha de un sólo callejón sin salida. La marginalidad de un circo de seres asociales donde crecen todos los enanos, el amor entendido como crudeza, con orígenes que queremos enterrar, con la muerte que soy yo y está en mí y con gentes que se cruzan en autopistas a cien por hora sin moverse de una estación de metro donde cantan en busca de la moneda del extraño. Y poesía. Y rabia. Todos los seres son uno y ninguno es igual que otro. Fernando Pessoa decía que sólo se entendía como orquesta. Cada uno de los instrumentos no dice nada por separado. Báilame el agua es una orquesta de personajes con un millón de personas en cada uno de ellos".
junio 20, 2009
EIDER RODRÍGUEZ
CENIZA
(Errautsa)
Para Arrate
Desde que él murió, iba una vez por semana a ver a su abuela Lucía. Así lo acordó Nora con su madre a la entrada del tanatorio, en la tibieza de las cenizas de su abuelo: «Celso Peña Martín falleció el día 27 de febrero de 2005, a los 89 años de edad. Te queremos».
Las orejas gigantes, la piel de color tierra, el hombre que disimulaba su sordera con risotadas y su boina convertidos en un puñado de ceniza.
Colocaron el recipiente al lado del chófer y la madre se sentó atrás. «Ahora hay que ir más a menudo a ver a la abuela», dijo Nora en tercera persona, como cada vez que se enternecía delante de su madre. Esta le respondió de un modo similar: «Habrá que hacerle más caso, sí». La madre de Nora nunca se tomaba tiempo para suspirar, tampoco para llorar, y las risas las utilizaba como paréntesis para envolver frases.
Eligió un recipiente con cruces vascas talladas, y le dijo al cura que el mayor defecto del muerto fue haber nacido en Burgos, y al enterrador con aspecto de enterrador le preguntó dónde tenía que pagar, si aceptaban tarjeta.
Visitaba a la abuela entre semana, a las tardes, excepto cuando tenía cita en la peluquería. Nora lo hacía los festivos. Durante un año, desde el último día de febrero del año pasado hasta hoy.
Nora llamaba por el interfono, tres timbrazos cortos que anunciaban su llegada, y abría la puerta con su propia llave. La abuela Lucía siempre aparecía en bata y con los labios recién pintados. Un golpe de olor a limpio la invadía, y tan pronto como respiraba, aquella higiene fabricada se mezclaba con algo que era más agrio, más rancio o más oscuro. Por eso, en casa de la abuela, Nora hacía respiraciones cortas.
Desde que murió el marido estaba apagada. Su rostro parecía un puño, casi sin ojos, las facciones amontonadas, el cabello blanco y espeso, como el plumaje de un ave. Primero abría la puerta y después encendía las luces, y Nora se preguntaba dónde habría estado hasta entonces: «Con todas las habitaciones cerradas, ¿habrá estado vigilando junto a la puerta, convertida en gaviota?». Tras una leve aspiración, besaba ruidosamente a aquella mujer sin airear y se dirigían a la cocina.
A medida que la bombilla económica ganaba en intensidad, la abuela se iba endulzando, como si fuera la misma persona de hacía un año. Y no había nada más imposible que eso, ya que un año antes hubiera tenido al abuelo sentado en la mesa de la cocina, y entonces nadie hubiese ido a visitarlos.
—Café, chocolate, Fanta, Coca-Cola —decía la abuela imitando a los vendedores de refrescos de la playa. Y en cuanto el sonido de insecto de la bombilla económica cedía, el rostro de puño de la abuela se aflojaba del todo—. Mañana va a hacer un año —y se frotó las manos, manos que en comparación con el cuerpo eran demasiado grandes y jóvenes, mirando a su nieta, como pidiendo explicaciones—, un año.
Mientras la vieja estaba poniendo al fuego un recipiente con agua, Nora le pidió que le hablara de la guerra. De espaldas, Lucía era una fortaleza, un búnker hecho de carne. No le respondió, y Nora paró la grabadora. Había venido con el propósito de hacer el último intento, ansiosa por documentarse para escribir una narración.
—Qué quieres que te diga, que hacía chicharra, que hacía tanta chicharra que los gorriones caían muertos de las ramas, así, plop, como piedras. —Y la chica le pidió que lo repitiera, que tenía la grabadora apagada—. Hoy no me nace —concluyó la vieja—, otro día. —Y vertió el agua caliente en dos tazones. Lucía tenía aprendida la medida exacta para dos, nunca se equivocaba.
Nora miraba al reloj mientras intentaba alentar a su abuela. Pasó la hora entera derritiendo la esfera, acariciando la correa. No era una chica frívola y siempre le habían gustado los relojes de agujas: pensaba que el tiempo era eso, un poco de ruido, otro poco de quincalla... Agujas, dolor,muerte, las tres dimensiones de la misma situación.
—Mañana va a hacer un año —dijo, a semejanza de la blanda maestra que quiere dar más tiempo para pensar al alumno.
Nora le tocó una mano con el dedo meñique y le preguntó si había estado paseando.
—No tengo ganas —contestó ella—, ya no tengo ganas de nada. —Una frase sin pesar, con la violencia que adquieren las palabras cuando solamente tienen su significado propio. Las de la abuela eran palabras vírgenes, palabras que estallan, como cuando los niños pronuncian puta por vez primera, palabras con una potencia tal que ninguna reprimenda, ningún argumento pueden silenciarlas. Nora hubiera preferido no escucharlas.
Sacó el cuaderno del bolso, para escribir aquello sobre los pájaros: «Caían muertos de las ramas, así, plop, como piedras». Hubiera querido escuchar relatos sobre la guerra. Opinaba que la vida consistía en sacarle provecho al tiempo, además le hubiera ayudado a ensamblar alguna narración con cierta épica. Para Nora, el tiempo tenía algún sentido.
Al levantar el bolso sintió el peso de la grabadora. Hizo ademán de marcharse, con una excusa. Le pareció oler a carne en estado de putrefacción. Un día de estos, también la abuela se convertiría en ceniza. Quién quiere acariciar, amar a alguien que se va a convertir en un montón de ceniza que el viento se va a llevar, alguien que ya ni siquiera es de hueso. Quién puede.
—Cuando voy a la compra, suelo ver a nuestra vecina Gloria en el secadero —le dijo la abuela, señalando con el mentón en dirección a la residencia. Jamás dejó de decir «nuestra».
—Es un asilo, abuela, el secadero es para los alcohólicos.
—He dicho secadero y he dicho bien. No hay más que verlo, ponen a los viejos al sol, para que se vayan secando. Al menos, así decía el abuelo Celso. Cuando los hijos sacaban a Gloria a pasear por la avenida, el viejo solía decir: «Mira qué bien va la marquesa en su carroza».
La abuela repitió estas palabras imitando la voz del abuelo Celso, con tanta maestría que Nora dio un respingo.
—Menudo era el viejo —dijo la abuela, y la chica le recogió la mano, del mismo modo que hubiera agarrado una manzana.
—Me tienes que contar cosas de la guerra, abuela, la próxima vez te tengo que grabar. —Pero la abuela le dedicó unos ojos azulados, y que a la mañana había hecho rosquillas para ella, «por lo menos para todo el mes», si no quería tomar otro café antes de marcharse.
Lucía empujó la mesa para poder levantar su cuerpo de la silla, y las flores de plástico del tiesto siguieron temblando hasta que Nora cerró la puerta. La vieja le pellizcó la mejilla y le dijo que había salido más vaga que su hermana. Aceptó un abrazo que bien hubiera podido ser el de un boxeador, y volvió a respirar brevemente.
Con las manos metidas en el bolsillo del suéter y el mp3 en marcha, Nora atravesó la larga avenida, pasando por delante de la residencia de ancianos. Distinguió a contraluz las siluetas de hombres y mujeres que habían sido colocados mirando al río. Era de noche y no verían nada, solamente algún pato a la luz de una farola, y la luna. Un chico joven de andares bailarines iba completando la fila, aparcando geométricamente a los viejos que estaban en las sillas de ruedas. Buscó a la que podía encarnar la marquesa de su abuelo.
Nora se acordó de las rosquillas que había dejado junto a la puerta, y regresó a casa de la abuela, sin prisa, sin ganas de volver a verla, acariciando el junco blanqueado por la luna, en el mp3 el bandoneón de Piazzolla estallando, montones de lágrimas en los recovecos de los ojos, atragantada con el olor a amoniaco de la vejez.
Llamó tres veces, subió las escaleras de dos en dos y abrió la puerta. La abuela no la esperaba convertida en gaviota. Tropezó con una toalla que obstaculizaba la apertura de la puerta, percibió un olor metálico y se cubrió la nariz y la boca con la mano. En la mesa de la cocina vio el esbozo de la abuela difuminado por el cristal amarillento.
Recuerdo que tocaba el cristal con las pestañas, y que con la mano derecha agarré la manilla de la puerta de la cocina, sudaba, sin hacer la fuerza necesaria para abrir la puerta. Vi la silueta de la abuela amontonada sobre la mesa. Tosió levemente, alzando un poco la cabeza. Aun con el morro metido en la boca de la manga, el gas me embriagaba. Devolví la toalla al lugar en el que estaba, mareada. Cogí las rosquillas, cerré la puerta sin hacer ruido, volví a atravesar la avenida, en el mp3 el bandoneón de Piazzolla, la mariposa gorda que estando en un cul de sac quisiera salir volando, como dando fuelle a sus pulmones demasiado pequeños para respirar.
Me quedé esperando, sujeta a la esfera de mi reloj, mirando al riachuelo que solamente reflejaba el temblor blanquecino del cuello de un cisne. El chico de andares bailarines estaba deshaciendo la fila. Se llevó las sillas como si estuviera en un supermercado. Me comí una rosquilla, jugueteé con una semilla de anís en la boca, imaginé las manos demasiado grandes de la abuela dándoles forma.
Su madre la llamó al móvil.
—¿Dónde estás?
—En la calle.
Sin lloros, la madre le explicó con una precisión milimétrica lo ocurrido en casa de la abuela Lucía.
—Para cuando los vecinos han notado el olor y han llamado a los municipales, ya era demasiado tarde.
Nora trató de expresar duelo.
—Ven a casa y cenamos juntas.
Se quedó durante unos instantes al borde del río, el reproductor de música en el bolsillo, escuchando el sonido del agua.
Pasó a su lado un hombre que había salido a pasear al perro, ensombreciendo con el humo del cigarro el vaho que exhalaba de la boca.
—¿Me das un cigarro?
Aquel domingo por la noche volví a fumar.
Eider Rodriguez
junio 19, 2009
LEIRE BILBAO
PÁRPADOS
Abres los ojos
hueles a recién despierto
sabes a dormido.
Cierras los ojos
las mentiras te saltan en los párpados
y a mí me encantaría creerlas todas.
Cierras los ojos
porque en los párpados de quien calla
se pueden leer sus secretos,
como cuando les cerramos los ojos a los cadáveres
y podemos leer en sus párpados
aquello que tenían por decir y no dijeron nunca.
Hueles a dormido
sabes a desvelado,
pareces un recién nacido.
Quiero creer tus mentiras
como un niño que descubre
antiguas verdades.
NO QUIERO
No quiero una patria que me entierre
que me traiga a la boca aquello que queríamos ser.
No quiero un amor que me fatigue
que se me suba al cuello sólo por venganza.
No quiero una madre que me proteja
si no la tengo al lado cuando el tiempo se vaya.
Si no tengo ni patria, ni amor, ni madre
¿a dónde podré volver?
Leire Bilbao
junio 18, 2009
DESNUDA
junio 17, 2009
RIKARDO ARREGI
¿Cómo hago la compra en Sarajevo?
Desde que un kilo de patatas cuesta diez marcos
Me paso las horas haciendo sumas y restas
Pero los resultados siempre tienen hambre.
Y pienso y me sobresalto
Que el hambre, el frío, el terror, las cosas, la mala suerte
Son costumbres demasiado vulgares
En tiempo de guerra.
Rikardo Arregi
Imagen: googlepages.com
junio 16, 2009
LIBROS INTERESANTES
Los cuadernos de viaje de esta magnífica ilustradora, realizados a lo largo del año 2007 a diferentes países, son pequeñas obras de arte del género. Entre sus acuarelas, el lector descubre también trozos de papel, hebras de cuerda o flores secas, elementos de gran fuerza poética que nos sumergen en el universo creativo de la autora. Contaremos con la presencia de la autora, Emily Nudd Mitchell, y del editor de la obra, David Villanueva.
junio 15, 2009
FELIPE JUARISTI
OJOS DE MILES DAVIS
HISTORIA
Sócrates y Séneca se suicidaron por fuerza mayor.
Nunca eludieron la muerte ni la vida.
Por vivir murieron y volvieron a otra forma de existencia.
Dante jamás volvió a Florencia,
murió lejos del paraíso.
El destierro es un infierno.
A Oscar Wilde lo tuvieron preso en Reading.
Dicen que fabricaba mariposas de papel.
Una vez nevó y volaron las mariposas,
los dedos se volvieron blancos y ligeros.
A Baudelaire no lo entendieron los críticos.
Creyeron que las flores del mal
eran regalo de los demonios a sus amantes
encarnadas en gentiles damas de la patria.
Verlaine se disparó a sí mismo
e hirió a Rimbaud.
Pasó dos años en la cárcel,
desde entonces ni la poesía ni nosotros
somos lo que éramos.
Pushkin murió en un duelo,
pero su obra superó todas los desafíos.
Valle perdió la mano en un duelo también,
quizá sólo quiso ser Cervantes.
Amaba a las damas cristianas, pálidas y calladas.
En esta ciudad no le han perdonado a Baroja
que los llamara tenderos.
Jamás habrá retrato de don Pío
en los Grandes Almacenes.
Una bomba carlista mató a Bilintx,
pero en las escuelas se omite el dato.
El cura Santa Cruz murió en Colombia,
arrepentido de sus acciones, tal vez.
Plácido Múgica encontró bajo un árbol
un trozo de revista que el otro
había dejado, después de usarlo, claro.
A Nerval lo colgaron de una verja,
tuvo menos suerte que Villon.
No supo su cabeza lo que pesaba su culo.
Virginia Wolf, Pizarnik, Jean Rhys,
aves raras y cabeza de león.
Vallejo murió de hambre en París,
con lluvia y soledad de acero.
Mandelstham murió de nieve.
A Babel lo fusilaron en un muro de la Lubianka.
Byron se acostó con su hermana.
Rilke se masturbaba, con manos y palabras.
Celan se tiró desde el puente de Mirabeau,
Vienne la nuit, sonne l´heure.
A Aragon lo insultaron los estudiantes.
En mayo del 68, París era una playa,
y, más tarde, arena que lleva el viento.
Althusser ahogó a su mujer,
con tanta fuerza que cayó el muro de Berlín.
Poulantzas un buen día cogió sus libros
y se deslizó debajo de un camión.
La filosofía salió viva del intento,
pero gravemente dañada.
La muerte de la carne no coincide, necesariamente,
con la muerte de las palabras.
junio 14, 2009
JACQUES PRÉVERT
Un poema:
Para ti, mi amor
Fui al mercado de pájaros
y compré pájaros
Para ti
mi amor
Fui al mercado de flores
y compré flores
Para ti
mi amor
Fui al mercado de chatarra
y compré cadenas
Pesadas cadenas
Para ti
mi amor
Después fui al mercado de esclavos
Y te busqué
Pero no te encontré
mi amor.
De "Paroles" Versión de Claire Deloupy
junio 13, 2009
Un libro
Miren Agur Meabe
El código de la piel es un poemario con agudas observaciones sobre el paso del tiempo en el cuerpo y en la mente. Escrito como un código personal para conservar la memoria, los poemas dibujan la realidad cotidiana de la mujer que incorpora sus vivencias a la descripción de su cuerpo.
Una piel que pierde la sensibilidad y muestra sus arrugas, habla de heridas propias y ajenas. En El código de la piel una voz femenina que huye de la expresión desbordada refleja un mundo íntimo de sentimientos complejos que se escuchan con franqueza en un registro poético preciso y elaborado.
El escenario de mi silencio es de papel.
Por eso veo hostiles bocas riendo en el reverso.
A veces, cuando el folio aparenta un pentagrama,
garabateo notas,
observaciones ahogadas entre interrogaciones,
llamadas de relojes que aúllan
como un perro en un cementerio abandonado,
mensajes imprevistos en las ventanas,
definiciones de los más comunes sentimientos,
voces en off...
notas generales.
Miren Agur Meabe
junio 12, 2009
JUAN MARTÍNEZ DE LAS RIVAS
“Mi padre, que en su juventud había sido un donjuán de categoría internacional y andanzas transcontinentales, solía quejarse de que mi familia, es decir, mi madre y mis abuelos maternos, había empantanado su prometedora existencia, su trayectoria de cazamillonarias talentoso. La decisión de casarse con mi madre, no la más rica pero sí la más ingenua de las candidatas, se había revelado desatinada a pesar de la concienzuda elección entre las herederas a su alcance. Erró la elección porque mi abuelo materno, que heredó una fortuna sólida, logró arruinarse sin que se le viera disfrutarla ni dilapidarla, para disgusto y sorpresa de mi padre, que gastaba con soltura y placer cada billete que caía en sus manos.
Mi abuelo materno era austero y frugal desde joven, y cuando, ya de viejo, agotaba el dinero heredado, pareció culminar una vocación de pobreza. Su ruina, disimulada por sus costumbres morigeradas, pasó por un tiempo a los ojos de sus parientes por una exacerbación de la tacañería que desde generaciones distinguía a los de su apellido. Como muestra de ese rasgo se contaba de mi bisabuelo materno que, tras regalar un sombrero viejo a un criado y descubrir luego que en cabeza ajena lucía menos ajado, le exigió que se lo devolviera”.
JUAN MARTÍNEZ DE LAS RIVAS
Primeros párrafos de Fuga lenta (Acantilado; Barcelona, 2009).
Foto: Monika Palomar.
junio 11, 2009
La Mudanza
Texto: María Jesús Silva
Imágen: Chema Madoz
junio 10, 2009
FRANCISCO BRINES
Un poema:
SUCESIÓN DE MÍ MISMO
Es ardiente el pasado, e imposible:
breve noche de amor conmigo mismo.
F.B.
Al aire del jardín
la cama está revuelta de sábanas y luna,
y en ellas está el cuerpo solitario y desnudo.
Velan los ojos, en las sombras del pino plateado,
la hiedra de las tapias,
y la vida furtiva de los astros.
Un bulto juvenil de la penumbra surge
y ha subido sin ropas a mi lecho,
y en la tarea del amor completa
la noche ahora tan breve.
Este mudo muchacho está encendido
de una pasión oscura y alejada,
y sus dientes furiosos y su lengua dulcísima
rescatan de mi carne la densidad del tiempo.
En el azar del mundo su vida ha retornado
con revueltos cabello, y ahora mudo,
y ha cruzado después las puertas de la noche.
Desde el balcón le espío
llegar hasta la esquina de la casa,
y allí ha permanecido en la mejilla de la primera luz.
Con el sol y los pájaros el día se hace largo,
y en la esquina el muchacho ya es este mudo anciano
que vigila el balcón,
allí donde él se mira con un cuerpo aún robusto y fatigado.
Borrada juventud , perdida vida, ¿en qué cueva de sombras
arrojar las palabras?
FRANCISCO BRINES
Poema incluido en el libro Poesía completa (1960 – 1997). Tusquets; Barcelona, 1997.
Imagen: http://www.elpais.com/
junio 09, 2009
ERNESTO CARDENAL
Tres epigramas:
Me contaron que estabas enamorada de otro
y entonces me fui a un cuarto
y escribí ese artículo contra el Gobierno
por el que estoy preso.
* *
Muchachas que algún día leáis emocionadas estos versos
y soñéis con un poeta:
sabed que yo los hice para una como vosotras
y que fue en vano.
*
* *
Yo he repartido papeletas clandestinas,
gritando: ¡VIVA LA LIBERTAD! en plena calle
desafiando a los guardias armados.
Yo participé en la rebelión de abril:
pero palidezco cuando paso por tu casa
y tu sola mirada me hace temblar.
ERNESTO CARDENAL
Poemas incluidos en el libro Epigramas (Tusquets; Barcelona, 1978)
junio 08, 2009
CESC FORTUNY i FABRÉ
Un relato:
ASAMBLEA
Llevaba un pedo descomunal, había estado bebiendo durante horas en un bar del puerto. Ni siquiera sospechaba de la existencia de ningún bar en el puerto. Pensaba que con toda esa basura pija que se había instalado en la administración de la ciudad, no quedaría una sola taberna decente en toda Barcelona. Me equivoqué, y más allá de la zona “cool” llamada “Port Olímpic”, había bares donde los viejos escupían mocos verdes por el suelo, o donde el olor a grasa quemada te hacía toser y te jodía la garganta. Casi para siempre. Lugares escondidos en callejones mal iluminados, custodiados por sus putas, que hacen guardia toda la noche, ofreciendo sus peludos coños, que esconden bajo abrigos de pelo sintético. O putas que ofrecen sus coños de pelo sintético, y que esconden en abrigos peludos. Da igual. Llegué a ese bar con Marta, o mejor dicho, arrastrado por Marta, ya que habíamos estado en su apartamento bebiendo absenta y leyendo poemas de Andreu Navarra. Marta se ponía loca con Andreu Navarra, era como un afrodisíaco. Sillas de hierro bastante oxidadas, mesas de mármol, algunas partidas por la mitad, algunas sin el mármol, un enorme espejo roto en la pared, el suelo lleno de mierda. Un palacio. Marta se fue directa a pedir un par de absentas, yo encendí la pipa y me senté. Trajo las absentas, me metí la mía de un trago. Creo. No sé cómo, Marta ya no estaba, tenía esa habilidad, resbaladiza como una puta sardina, en cierto modo muchas cosas en Marta me recordaban al pescado. Me bebí su absenta, ella estaba en la barra flirteando con la camarera, una tía de unos cincuenta tacos, bizca pero con un culo tremendo. Me acordé de los meses que pasé con Marta en París, metidos allí en el corazón del Quartier Latin, en un apartamento tan pequeño que te lavabas los dientes con el cepillo vertical. En París, el alcohol es muy caro, y beber en un café es un lujo de pijos, así que nos pasábamos la tarde con un café au lait y la noche con un vaso de vino barato. Marta se pasó los días follando con desconocidas que encontraba en los cafés, yo me aburrí como un idiota. Así que, temiendo lo peor, me dediqué a beber mientras miraba embobado a tres viejos que jugaban al dominó. No recuerdo si eran las doce de la noche o la una de la madrugada, el caso es que pensé “¿qué coño hacen los viejos jugando al puto dominó a estas horas?”. Me fui a mear, intenté interrumpir varias veces los flirteos de Marta y la camarera, pero la absenta me había hecho transparente, estaban las dos sonriéndose como idiotas, y pasando de mí. Llegó un viejo arrastrando los pies y fumando la colilla de un puro, no medió palabra y se puso detrás de la barra. La cincuentona del maravilloso culo salió y se sentó junto a Marta. Llevaba una minifalda negra que mostraba sus enormes muslos, sus fantásticos muslos con algún que otro moratón. Seguían pasando del mundo. La música de fondo era absolutamente despreciable, y además la emisora estaba mal sintonizada, pensé en Merzbow tocando salsa. Le pregunté al viejo dónde estaba el lavabo y me indicó una puerta asquerosa junto al espejo roto. El tío me dio una llave y me advirtió que no la perdiera, que estaba hasta los huevos de los destrozos que le hacían en los servicios, y que le costaba un riñón mantener aquello en condiciones. Le dije que vale y me metí en el palacio. Se trataba de un espacio de un metro cuadrado con un techo de cinco metros de alto. Las paredes casi no tenían yeso y los ladrillos asomaban por todas partes. En la taza había un par de cucarachas flotando y moviendo las patas frenéticamente. El suelo era un charco de orines, no había agua en la cisterna y alguien había entrado a cagar antes que yo. El pomo de la puerta estaba empapado y no había donde lavarse las manos. Me sequé con el pantalón, meé con la camisa tapándome la boca y salí del palacio. Le devolví al viejo la llave y pedí otro trago. Hasta el culo de absenta, pagué y me fui. Marta había desaparecido sin despedirse. La noche en el puerto era húmeda, en realidad se había puesto a llover y yo no llevaba paraguas. Los paraguas me dan miedo, cuando era pequeño me ponía a llorar como un cabrón cada vez que me metían debajo de alguno, y mi madre me soltaba un buen par de hostias. Odio los paraguas. Así que en unos diez minutos ya estaba como un pulpo. Al poco de andar, y de tropezar con los adoquines de aquellas callejuelas, oí un griterío que me pareció infantil. Entre dos coches aparcados había un grupo de personas sentadas en el suelo, a la distancia que los empecé a ver no podía distinguir con claridad si eran hombres o mujeres, pero al acercarme vi que se trataba de críos.Tendrían unos doce o catorce años como mucho. Uno de los coches estaba completamente destartalado y albergaba a una mujer de unos sesenta años, vestida como una chica de diecisiete y pintada como un indio en pie de guerra. Llevaba la minifalda de leopardo subida hasta la cintura mostrando una nalga fofa y amoratada y tenía la cabeza metida en la entrepierna de uno de los chavales. “¡Termina ya, pesao!”, le gritaron los otros mientras se pasaban un bote de pegamento industrial. Pasé junto a ellos con la esperanza de no despertar su atención, pero, cuando ya estaba a unos cinco metros, una voz chillona me dio un golpe en la nuca. “¿Qué pasa, julái?, ¿no piensas pagar peaje?”, me hice el loco. “O te paras o te paramos, borracho”. Me di la vuelta. Los chavales se acercaban a mí con palos, navajas, cadenas, una jeringuilla y el pegamento. Recuerdo haber dejado la cartera en el suelo y, mientras me alejaba de espaldas, ver cómo los buitres se abalanzaban sobre el tesoro. Del coche salió el otro chaval, me di la vuelta y anduve deprisa. Supongo que me desplacé en zig-zag hacia la parte del puerto donde se hallan las mercancías, un arco iris de contenedores y descomunales barcos, grúas, camiones. Un balneario, vamos.
Era un enorme descampado sin asfaltar, lleno de charcos y de mala hierba. Seguía lloviendo. Meé sobre un charco, pensé en la orina mezclada con aquel lodazal, del agua salían burbujas, y de la meada un denso humo blanco. Tampoco sé muy bien cómo terminé en el suelo boca arriba. La lluvia salpicaba mi cara y mis ropas empapadas se mezclaban con el barro, creo que me sentí bien por primera vez en bastante tiempo. Me acordé de cuando me bañaba mi abuela. Al rato de estar tumbado, una sombra oscureció la poca luz que me llegaba de las farolas. “¿Estás bien, tío?”, había un enorme tipo con un paraguas que me miraba. “¿Qué coño haces ahí tumbado, hombre? Está cayendo la de Dios es pulpo”, abrí los ojos a regañadientes, la verdad es que me tocó los huevos tener que dirigirle la mirada. Era como un buey vestido con ropa de trabajo, pantalones azules y casaca azul, parecía un pitufo alimentado con clembuterol. “Mira, haremos una cosa, te vienes conmigo allí, al container, y te invito a unos tragos”. Me levantó como a un conejo sin soltar el paraguas y me llevó arrastrando los pies hacia el contenedor. Pensé que pretendía robarme, follarme y matarme, o matarme, follarme y robarme, el caso es que me vi jodido, y con la borrachera me veía incapaz de salir corriendo. Llegamos al contenedor y el tipo pegó un alarido: “Abrid, que voy cargado, ¡joder!”. Al abrirse la puerta metálica del container, apareció la cara llena de barba de otro búfalo como el del paraguas. “¿Quién es este?”, dijo con voz de pito. “Estaba tirado en un charco, lleva una chuza del quince. Si le dejo ahí se nos muere. Dale una cerveza”. Me senté en el suelo y me ofreció una cerveza con mala cara. Aunque creo que no tenía otra. Había otro tipo con coleta, sentado en el suelo dándome la espalda, varias cajas de cerveza y un extraño bulto en el rincón más oscuro, como un saco tumbado. “Estás en tu casa, bebe o duerme, o lo que quieras, entre amigos, coño, entre amigos”, dijo el búfalo del paraguas enseñando unos dientes negruzcos y troceados, y haciendo un ademán como barriendo el aire con la mano derecha. Se sentaron en círculo, me recordaron a aquellas madrugadas en que, antes de entrar al trabajo, nos sentábamos con unas litronas en un parque frente a la fábrica y nos bebíamos unas cuantas, bueno, antes de que nos echaran. Como un corro de indios fumando la pipa de la paz, pero aquí no tenían porros, sólo bebían y hablaban. Me tumbé y seguí bebiendo. Al rato, noté un desagradable olor, me pareció que provenía del saco del rincón, aunque al acostumbrar los ojos a la penumbra pude ver claramente que se trataba de un hombre, un tío delgado, con la ropa llena de barro y ¡joder! con una peste a mierda insoportable. Los tres tipos ni se inmutaban, o no tenían nariz o les daba igual.“… Lo que te decía, ¿vas a venir o no?”, dijo el del paraguas mientras terminaba una cerveza. “Estoy hasta los cojones de mi mujer, se cabrea por todo. Cuando me quedo en casa viendo el fútbol, se cabrea, y cuando salgo al bar a ver el fútbol, se cabrea igual”, dijo el de la barba con voz de pito y golpeó el suelo con el puño.“Pues pégale un par de hostias bien dadas y a correr”, increpó el del paraguas. Cogí una cerveza. “Este no tiene cojones”, dijo el tercero que me quedaba de espaldas. “Tú vete a tomar por culo, bastante tienes con lo de la niña de la panadera”. “¿Y qué pasa con la niña de la panadera?”, empecé a pensar que aquello de entrar en el contenedor había sido una buena idea, al fin y al cabo, allí dentro no llovía y la peste a mierda se soportaba al cabo de un rato. “Pasa que te has follado a una retrasada de once años, ¡joder!”, me terminé la cerveza. “¡Oye, oye! Yo no me he follado a nadie. A ver si te meto dos hostias”, miré a las cajas de cerveza y al montón de botellas vacías que había en un rincón. “Vamos, coño, parecéis críos. Siempre estáis igual. Yo lo que quiero saber es si vas a venir el sábado a ver el partido, o tienes turno de noche”, dijo el del paraguas poniendo la mano en el hombro del de la voz de pito. Se hizo un silencio, cosa que agradecí, abrieron una botella cada uno y echaron unos cuantos tragos. Yo aproveché para hacer lo mismo. “¿Y tú de dónde has salido?”, dijo el tío de la barba mirando hacia mí. “Dando una vuelta”, atiné a farfullar mientras seguía bebiendo. “¡Ja, ja, ja!, hueles a pijo a medio kilómetro”. ¡Joder!, me imaginé con la americana arrugada, la camisa llena de lamparones, los pantalones rotos y llenos de barro, sucio, mal afeitado, mal peinado y grasiento. Si ese cabrón me veía como a un pijo, ¿con qué clase de zombies me había sentado a beber? “Al menos no se folla a la niñas retrasadas”, volvió a atacar el que estaba de espaldas, que por un momento me dedicó una mirada. Parecía John Wayne con sarna, y lucía una gran calva culminada en una larga coleta. Visto de espaldas parecía un melenas, pero de frente no pasaba de ser un sesentón resistente, amante de Barón Rojo, me lo imaginé con su moto en la puerta de algún bareto heavy, de caza, esperando a alguna “pantera” para hincarle el diente. “Eres un hijo de puta, y te voy a romper la boca un día de estos”, se defendió el de la barba. “Te tenía por un amigo, y por eso te lo conté, no para que vayas jodiendo con tus cachondeos”, insistió antes de terminar su cerveza. “¡Coño!, ¿pero va en serio que te follaste a la niña?, ¡Jo, jo, jo!”, el del paraguas me hizo pensar en Papá Noel frente a la puerta de un colegio, con la cara enrojecida, dando caramelos a los niños mientras se toqueteaba la entrepierna. “Sí, este es un tigre”, dijo John Wayne. “Parad ya, coño. Todo fue muy rápido. Un día que su madre…”. “¿La panadera?” “No. Pues claro, ¿qué pasa, que ahora tiene dos madres?” “Hombre, como tiene dos padres”, y estallaron los tres en risas histéricas, como si les hubieran contado el mejor chiste de la historia. “… la panadera tenía que ir a pagar una factura al cerrajero…” “¡Uuuuiiii!”, exclamaron los otros dos riéndose como hienas. “…Total, que me pidió que cuidara de la niña”. “Y tú le diste el biberón”, dijo el del paraguas. “No sé, pero todo fue verla con la bata esa, allí sentada viendo la tele, y se me puso como una barra de encofrar”, y zarandeó el brazo derecho doblado por el codo y con el puño cerrado. “Al principio estaba reticente, pero luego se me agarró al capullo como una liendre”. Y los tres estallaron en carcajadas. “Menuda zorra la panadera, con el cerrajero, y deja a su hija retrasada con un desconocido”, dijo el del paraguas. “Mi mujer y ella son amigas del instituto”, aclaró el de la barba. “Como la dejes preñada perderán la amistad”, matizó John Wayne. Y volvieron a estallar en carcajadas. “A la panadera sí que me la follaba”, dijo John Wayne. “Coño, nos la podríamos follar los tres, como buenos amigos”, dijo el del paraguas levantándose un poco para rascarse el culo. “ … Sí, tú por delante, tú por detrás, y a mí que me saque brillo al ciruelo …”, y continuaron riéndose.
Pensé en tres asquerosas larvas comiendo su pedazo de carne, inmersas en él, tres moscas gordas jugueteando con la materia muerta, como un flirt con la putrefacción, tres autómatas con ansia de pus. Los insectos me repugnan, son los animales más cercanos a las plantas, más distintos a nosotros, costras duras llenas de vida, caparazones donde palpita la pulpa. Sin darme cuenta, me metí dos latas de cerveza en los bolsillos, y empecé a gatear hacia el exterior. Casi no podía tenerme en pie. Oí las risas dentro del contenedor, mientras me levantaba sujetándome a las puertas. Seguía lloviendo. Cerré y pasé el pestillo, al dar media vuelta empecé a oír sus gritos. “¿Pero qué coño haces, cabrón?”. “Abre y deja de hacer el gilipollas”. Golpeaban las puertas como un trío de mamuts, ¡blam! ¡blam! ¡blam! ¡blam!, con las palmas de las manos. “Abre, hijo de puta, o te como las tripas por el ojete…” ¡Blam!, ¡blam!, ¡blam!, ¡blam!, dijo una voz de pito. Me fui alejando, mientras sacaba una cerveza de mi bolsillo y la lluvia me resbalaba por la cara. Una fina cortina de agua se posaba como un pájaro sobre el terraplén de barro, las farolas enrojecidas soplaban una luz mortecina, y el bosque de contenedores me miraba con curiosidad. Mis pasos pararon sobre un charco, me pareció el mismo donde me había recogido el tipo del paraguas. Me arrodillé, y luego me recosté en el barro. Me sentí empapado, en medio del charco, dejé la lata junto a mi cabeza y me puse a mirar al cielo, viendo las gotas que se precipitaban sobre mí…, cómodo…, otra vez en casa…, me dormí.
CESC FORTUNY i FABRÉ
Foto: Ana Belén Aunión
junio 07, 2009
CARLOS MARZAL
Un poema:
AYUNANDO
A veces nos conviene desasirnos,
quitarnos de la boca lo más propio.
Negarnos la apetencia nos afirma.
Perdernos al albur,
desalojarnos,
desahuciarnos de casa por un fuego
que limpie de impurezas nuestra casa.
Dejarnos ir, en ondas,
declinar de quienes somos y quienes fuimos.
A veces nos ayuda el renunciar
a nuestras certidumbres, proceder
por un afilamiento,
adelgazarnos
de nuestras ilusiones.
La templanza
de estar entre las cosas sin anhelo,
para anhelar estar entre las cosas.
A veces el vacío
en el que se diría que flotamos
es todo lo más pleno que nos colma.
Muchas veces conviene ser mendigo
de nuestra realidad,
quedar ayunos
de lo que más amamos y nos ama.
Permanecer a un lado,
mirándonos pasar,
dándonos la limosna de no darnos
más limosna que la de seguir vivos.
Conviene endurecer,
fraguar sutiles.
Y regresar al mundo, voraces,
con más ansias.
CARLOS MARZAL
Poema incluido en el libro Ánima mía (Tusquets; Barcelona, 2009).
Imagen: amman.cervantes.es
junio 06, 2009
VICENTE GALLEGO
Un poema:
VARIACIONES EN CLAVE DE HUMOR SOBRE UN TEMA MUY SERIO
Con su empeño frecuente en racionarlo,
en ponerlo difícil y a la vez
exhibir su esplendor con la misma constancia,
las mujeres han hecho de su cuerpo
ese hermoso misterio que seduce a los hombres
y tortura sus mentes durante todo el día.
Dondequiera que voy me persigue ese asunto:
cuando estoy trabajando, al cenar con amigos,
en la puerta de un cine, y en momentos incluso
mucho menos propicios,
siempre pasa una rubia con la falda muy corta,
o quizá una morena con las piernas muy largas,
y los hombres entonces descomponen el gesto.
Los he visto gritar como energúmenos,
blasfemar, santiguarse,
refugiarse en el whisky, e incluso hacer pucheros
lo mismo que los niños cuando les niegan algo.
Aunque algunos hipócritas aseguren que es frívolo,
el tema que preocupa es la mujer, su cuerpo,
ni siquiera el amor: su cuerpo,
cualquier conversación repara en él,
de qué modo alcanzarlo, la forma en que se goza,
la ansiedad que produce en la mirada,
los triunfos, las mentiras, los fracasos.
El cuerpo femenino es un misterio,
un prodigio, un regalo, una dura adicción,
y la mujer se encarga de que sea,
con su empeño frecuente en racionarlo,
un problema también de trascendencia.
No conozco impotencia más amarga
que la de no poder poseerlas a todas,
ni alegría que pueda compararse
a aquella que produce
conseguir los favores de una sola.
VICENTE GALLEGO
Poema incluido en el libro La plata de los días (Visor; Madrid,1996)
Imagen: http://www.lasprovincias.es/
junio 05, 2009
ANTONIO VEGA ¿Y si pongo una palabra?
Un duelo salvaje advierte lo cerca que ando de entrar
en un mundo descomunal.
Vaya pesadilla corriendo con una bestia detrás.
Dime que es mentira todo, un sueño tonto y no más.
Me da miedo la enormidad
donde nadie oye mi voz.
Deja de engañar,
no quieras ocultar
que has pasado sin tropezar.
Monstruo de papel,
no sé contra quién voy,
¿o es que acaso hay alguien más aquí?
Creo en los fantasmas terribles de algún extraño lugar,
y en mis tonterías para hacer tu risa estallar.
En un mundo descomunal,
siento tu fragilidad.
Deja de engañar,
no quieras ocultar
que has pasado sin tropezar.
Monstruo de papel,
no sé contra quién voy,
¿o es que acaso hay alguien más aquí?
Poema extraído del libro ¿Y si pongo una palabra?
Editorial Demipage (2009)
Imágenes: http://www.demipage.com/
junio 04, 2009
BARRERAS INVISIBLES
me ha desvenado, los barrenderos moros
canturrean tristemente (...)
Félix Francisco Casanova La memoria olvidada
Me suicidé en los recuerdos hace ya... ni lo sé. Fue al amanecer. Hacía calor y olía a nardos. En un arrebato de renovación extrema me arranqué las venas y extraje su sangre viscosa. La fui depositando en las cubiteras del congelador y reemplacé el vacío que dejó por agua helada. Desde entonces me he vuelto pálida, de un triste azulado al atardecer, con ojos de nieve y labios ocres.
Ahora, algunos días, abro el congelador y observo la sangre helada. Meto los dedos en la bandeja y arrebaño la capa rosada de escarcha que se forma en la superficie, se impregnan de briznas rojas, los chupo y algo parecido a una punzada me vuelve a patear el corazón; los relamo restregándolos contra el paladar y los succiono para extraer el último átomo de sustancia roja.
Cierro el congelador dejando allí mi sangre, hasta otro encuentro. No hay prisa. No existe fecha de caducidad.
Algunas veces camino con el último sol de la tarde. Me deshiela un poco y el músculo agarrotado y rígido hace intento de latir. ¿Por qué será que esta forma dura de tratamiento no resulta? ¿Por qué me persigue esa bruma de afectos?
El siguiente paso será succionar la sustancia gris y los ojos. Remover con dedos homicidas la capa granulosa hasta deshacer las células enquistadas de tactos. Y así, ciega, desvenada y descerebrada, conseguir la calma de un estado amnésico inmemorial.
junio 03, 2009
ISLA CORREYERO
Un poema en prosa:
MI RETRATO A LÁPIZ
Soy melancólica. Melómana. Trapecista en la cuerda de los sueños y el arte. Cumplo con mi destino de guerrera. Canto lo bello y lo perfecto. Bebo, fumo y snifo (sic). Mi mente es un río caudaloso que nadie ha dominado. Soy perversa, cruel y me bañan las lágrimas a solas. Adoro la justicia y los bienes perdidos. Bramo de odio en lo alto de las cumbres si no consigo lo que busco. Esquizofrénica, locuaz e impertinente. Me gustan los licores y las sedas. Amo el destierro, los bosques y la danza. Mis aventuras escandalizan a los necios y con el dedo me gusta tocar los labios de la noche. Idolatro la luz que expresa Kubrick y el tormento exquisito de Visconti. De mí se dice que no me harto de belleza y que bebo a destiempo de los cuerpos. Vomito internamente ante lo vulgar y lo ridículo y desgarro mi pecho ante lo feo. Me gozo en soledad como un diamante y brillo entre celajes como nutria. De niña coleccionaba tréboles y olores, insectos y lecturas. Nunca mi espalda está enfundada y he aprendido el arte de la esgrima. Me gustan las hierbas y la magia y busco el grial para mi amo. Soy heroica, altanera y distraída. Me cobijo en mansiones de alquiler y no obedezco leyes ni partidos. Me gustan los vaqueros y las pieles, el lino y los trajes ajustados. Mido uno sesenta de estatura y ochenta mal contados de busto confidente. El tacto de la nieve me enloquece, el gusto de las fresas me subyuga, oír a Bach me iza y me conmueve, oler a piel me excita doblemente; ver una toma en treinta y cinco de Murnau me hace comprender qué es la poesía. Como el Vesubio, expulso lava incandescente al recordar a Italia. Llevo siempre carmín rojísimo en los labios y altos zapatos de tacón granate. Tengo arrebatos de amor hacia cualquiera y el sexo para mí es una sombra.
¡Y me gusta jugar a lo que sea!
ISLA CORREYERO
Texto incluido en el libro Cráter (Provincia; León, 1984).