marzo 16, 2009

ÁNGEL DE MIGUEL








Ángel de Miguel (La Nuez de Arriba, Burgos, 1941) es poeta. Ha publicado los poemarios Ceniza y otros cánceres (Estella, 1980), De Estellas, unicornios y carbunclos (Medialuna Ediciones; Pamplona, 1990), El Uno, el Todo (Pamplona, 1993) y Jardines de música oculta (Medialuna Ediciones; Pamplona, 1994).




Un poema:

POZO
Jarro jugando mi mano con el hueco.
Si silentes las esquinas y las tumbas,
tú eres mi catedral de animales ciegos
erguido hasta el último ciprés de las arcillas rotas,
cupones de astrolabio en todas las poleas,
para decirme jardines, norias irisadas de poros,
monopolio de sombras líquidas,
ay, que me pueden de tanto,
de agujerear el barro con tu penetrante invidencia,
como si de un día redondo se tratase,
como si el geranio de las simas,
como si el mar aniñado hecho causa de caricia
horadando se iniciara en la tarde.
Subes como el momento más triste del fuego,
o apareces todo forma, ferrón sordo,
agria palmera astillada de yunques errantes,
mientras eres la noche.
Pan escuchado como una sordera de esquinas,
cuna de más veloces gacelas sombrías,
yo brindo por ti con esta hostia de sed,
con el vaso hecho lengua
para cuando sepas que decir desierto
es acercar todas las cosechas de la luz
hasta el costado del hombre más lóbrego.
Yo sé que te llamas.
Sé que hacia y jarrón moliendo mi llegada
con agua de espera.
Y los hondos jirones de tu ojo
-techo de lince arriba,
hoya de pupilas hasta un silo de esferas-
me saben a pan de llama.
Menos la oreja lúcida
de tanto silencio,
que te pone una luna de musgo en el asa
para asirte más fácilmente
con los dedos abiertos de mis labios,
yo, el hombre más lóbrego.

ÁNGEL DE MIGUELPoema incluido en el libro Ceniza y otros cánceres (Estella, 1980)


Un poema, desde la amistad, dedicado a Ángel de Miguel


ÁRGOMA

A Ángel de Miguel, poeta amigo.

Porque ya no podemos vivir atados al resplandor sísmico
de los geranios, ahora voy a hablar con los hombres
que revientan sus labios contra un Dios
que ha hecho de su esperma un látigo rosado
para marcarnos la cara,
los testículos,
una mínima estrella de ensueño;
voy a hablar con los que se desgañitan
en sus gafas ahumadas
y han descifrado
que el dolor azul de las luciérnagas es excesivo.

¡Qué humano es un hombre que ama sin mancha la lluvia!
Sin embargo,
sudo,
sudamos,
sudáis todos con este musgo apátrida sobre las espaldas,
esta bandera de barro.
Y el mundo tiene abrazos tan hermosos,
guijarros tan dignos,
que nunca entenderemos esa mano desafinada
que nos esquiva
o nos arrulla
cuando nos desleímos penosamente en un beso de árgoma.

En qué llama,
o ancho olvido, vamos creciendo.

FRANCISCO JAVIER IRAZOKI.
De su libro Árgoma dentro del volumen Cielos segados (Universidad del País Vasco)

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